Quería matarte. Algo rápido, en la calle, favorecida por el efecto sorpresa y sin lugar para el arrepentimiento. Pero en mi maldita condena está el deseo de torturarte, más allá de la muerte y del tiempo y del olvido. Porque no hay olvido. Porque persiste el dolor. Porque no hay memoria que lo borre ni placer que resista la losa de ese recuerdo.
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