21 de mayo de 2016

Alimento para los buitres (III)

—Soñé contigo. La segunda noche, tras la primera operación, cuando aún no recordaba y no sabía que eras tú. Tonta de mí.
Sollozas emitiendo unos sonidos molestos más propios de un animal moribundo. Hueles a sudor. A mierda. Tienes, incluso, sabor.
—Quise creer que era un efecto de la morfina. O algún delirio de la fiebre.
Cierras los ojos cada vez que me acerco, aprietas los párpados imaginando que están blindados. Tu cuerpo da un brinco cuando te toco la espalda con una mano enguantada.
—Pero no —digo mientras tenso las cuerdas que te mantienen inmovilizado, de tanto sacudirte has cedido algunos cabos—. Fue el primero de muchos, y el único que recuerdo con claridad.
Ácido quemándote la cara y el pelo, un bate, una ejecución. Y la luz acariciándome la piel desnuda. Y el rocío suspendido en el invernadero refrescando mis ideas. La realidad ni siquiera se aproxima.
Camino hacia la mesita en la que están desplegados los instrumentos. No me ves sonreír mientras agarro el primero de los juguetes preparados para ti.
—Respira hondo, no te va a gustar.
Todo tu cuerpo tiembla cuando te penetro. No hay cariño, eres consciente. Te duele. Perfecto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu maullido.