28 de mayo de 2016

Alimento para los buitres (IV)

Quería matarte. Algo rápido, en la calle, favorecida por el efecto sorpresa y sin lugar para el arrepentimiento. Pero en mi maldita condena está el deseo de torturarte, más allá de la muerte y del tiempo y del olvido. Porque no hay olvido. Porque persiste el dolor. Porque no hay memoria que lo borre ni placer que resista la losa de ese recuerdo.

21 de mayo de 2016

Alimento para los buitres (III)

—Soñé contigo. La segunda noche, tras la primera operación, cuando aún no recordaba y no sabía que eras tú. Tonta de mí.
Sollozas emitiendo unos sonidos molestos más propios de un animal moribundo. Hueles a sudor. A mierda. Tienes, incluso, sabor.
—Quise creer que era un efecto de la morfina. O algún delirio de la fiebre.
Cierras los ojos cada vez que me acerco, aprietas los párpados imaginando que están blindados. Tu cuerpo da un brinco cuando te toco la espalda con una mano enguantada.
—Pero no —digo mientras tenso las cuerdas que te mantienen inmovilizado, de tanto sacudirte has cedido algunos cabos—. Fue el primero de muchos, y el único que recuerdo con claridad.
Ácido quemándote la cara y el pelo, un bate, una ejecución. Y la luz acariciándome la piel desnuda. Y el rocío suspendido en el invernadero refrescando mis ideas. La realidad ni siquiera se aproxima.
Camino hacia la mesita en la que están desplegados los instrumentos. No me ves sonreír mientras agarro el primero de los juguetes preparados para ti.
—Respira hondo, no te va a gustar.
Todo tu cuerpo tiembla cuando te penetro. No hay cariño, eres consciente. Te duele. Perfecto.


17 de mayo de 2016

Alimento para los buitres (II)

–Vaya –digo mientras me desperezo enfrente de ti–. Has despertado. ¿Recuerdas qué ha pasado? No, claro que no.
Río. Las carcajadas salen de mi vientre, tan estridentes que te erizan el vello que tienes al descubierto. Te retuerces entre las cuerdas que te mantienen sujeto.
–Tienes miedo. Y haces bien, aunque no te servirá de nada.
Enciendo el enésimo cigarrillo y expulso el humo con violencia hacia tu cara.
–Yo también lo tendría si estuviera en tu situación.
Sigues el arco de mi brazo hasta encontrarte con mi mirada. La tuya me pregunta por qué ahora, después de tanto tiempo, te tengo así, expuesto, rosado y tembloroso como un cerdo el día de la matanza. Oigo como piensas. Siento tu pavor. Siento tus ideas de muerte.
–No es como la imaginas.
Calada.
–No te la mereces.
Humo.
–Y no te la daré por mucho que supliques.
Silencio. Y tu primer grito.


13 de mayo de 2016

Alimento para los buitres (I)

Hace más o menos dos años las piezas del rompecabezas encajaron con un golpe seco y doloroso. En un plano diferente al físico, algo dentro de ella había muerto.
Esa misma herida hoy continúa su exudación verde pálido, procedente de una cavidad antinatural y de tamaño colosal para ojos no médicos. Una carnicería, dijo el cirujano.
Se alarga en el tiempo un proceso de olvido que nunca debió durar más que un momento. Sin el recuerdo no existía el dolor.
El odio alimentado en el desgarro de la carne acompaña sus pasos, late en sus sienes, y la tiñe, con sangre y con violencia, de venganza.