19 de agosto de 2016

Alimento para los buitres (XVI)

Todavía despiertas. Es cuestión de tiempo que la infección se extienda, ahora entiendo que lo del catéter no fue una gran idea. Me angustia la posibilidad de no saber qué hacer con tu cuerpo, es tan difícil imaginar con él algo bello que, mientras pueda, no morirás, aunque ello implique inyectar antibiótico en lugar de aire. 

9 de agosto de 2016

Alimento para los buitres (XV)

—¡Mira! —exclamo mientras arrojo sobre tus piernas un pedazo del periódico local—. Aún tienes motivos para la esperanza: «Desesperados, amigos y familiares colaboran con los Mossos d’Esquadra en la búsqueda de pistas que puedan ayudar a localizar su paradero». Y sin faltas de ortografía, que en este panfleto eso es sorprendente. ¿Crees que te reconocerían? Quiero decir, si enviara una fotografía de tu estado actual a toda esa gente que tanto te quiere, ¿sabrían que eres tú? En quince semanas has cambiado una barbaridad. ¡No! Haremos algo mejor, grabaremos un vídeo, como en Tesis. Y te presentas. Y les explicas, con tu voz y tus palabras, por qué estás así. Aquí. Conmigo. Y si te duermes frente a la cámara, de agotamiento, de dolor, de lo que sea, te cachetearé la cara con tu amiga la mandingo, que sé que te gusta. Si me muerdes porque crees que sin la mordaza eres un poco más libre, además de reírme, te arrancaré los dientes con aquellas tenazas. Y si mientes… —sonrío mientras hago sonar una cajita de Viagra—, adiós maracas.

2 de agosto de 2016

Alimento para los buitres (XIV)

¿Oíste ayer a los lobos susurrándote palabras de desconsuelo? Hablan de sus ganas de devorarte desde que olieron el primer sangrado. Esta madrugada su canto me ha llenado durante un momento de una dicha casi salvaje, enardecida por la idea de que muy pronto morirás. Quemado. De un disparo. De inanición. O, quién sabe, tal vez acabes desgarrado por las dentelladas de esos lobos que te anuncian su llegada.